Dicen que “El recuerdo de un aroma… despierta la memoria en el alma”. Y es muy cierto. Porque hay olores que no se olvidan, olores que te permiten volver a recrearte en lugares y momentos que viviste. Gambia huele a tierra, a polvo y a sudor, pero también a pan recién horneado y a manises… Y todos, son olores que me despiertan una buena ristra de sentimientos que me resulta complicadísimo expresar.
Lo cierto es que África no tenía un lugar prioritario en “mi lista de sitios pendientes por ver”. Me declaro fan absoluta de los viajes y de conocer nuevos lugares y culturas, pero la visita a este continente llegó antes de lo esperado. Y hoy, después de ir y volver unas cuantas veces, puedo decir que bendito descubrimiento. Tenía que haber ido antes…
La posibilidad llegó en el 2015, cuando yo solamente llevaba dos años en Link Soluciones. “A la aventura y sin expectativas”, así, con este pensamiento nos fuimos un grupo de cuatro compañeros de trabajo que teníamos más en común de lo que pensábamos.
Llegar allí la primera vez ya fue un shock. Lo recuerdo y se me pone la piel de gallina. Trajín en el aeropuerto, gente por todos lados, desorden y caos… Estábamos ante una nueva forma de vivir que no conocíamos hasta ahora pero que nos enamoraría en los próximos días. Sólo que aún no lo sabíamos. Lo que sí supimos nada más poner un pie en aquella ciudad fue que nada de lo que habíamos planeado, se haría de esa manera… era imposible. Había que fluir…
Nuestras miradas cómplices, de asombro y a veces de desesperación “hicieron match” y nos convertimos en los mejores compañeros de viaje que uno puede tener.
La semana que pasamos allí fue una de las mejores semanas que he tenido la oportunidad de vivir. Y da igual todo lo que puedas intuir de estas palabras, la experiencia de viajar a África hay que vivirla. Te aseguro que no te dejará indiferente y que será un viaje que te marcará para toda la vida y en que vivirás infinidad de anécdotas.
Y aunque todo sucede tan rápido que apenas te das cuenta, es cuando regresas a la rutina cuando algo explota en ti, cuando realmente tomas conciencia de la experiencia que has vivido, ya que, mientras estás allí, cuesta darse cuenta del regalo tan bonito que te están ofreciendo el país y su gente.
Gente con infinitas dosis de humanidad independientemente de la edad o la experiencia de vida. Gente trabajadora, supervivientes con historias increíbles que merece la pena conocer y que calan en ti haciendo que te replantees todo cuanto hayas pensado antes de llegar allí.
Y luego están los niños. La infancia de África y su inocencia, los más desprotegidos… que ríen a carcajadas todo el tiempo, bailan y cantan sin parar, comparten lo poquito que tienen y agradecen con una sonrisa cualquier pequeño gesto que tengas con ellos, dando lecciones a cualquier extranjero blanco que se asoma por allí.
Tu mientras observas y te rindes a ellos. Porque quien tiene un poquito de amor por los demás no puede contener el impulso de entregarse a la causa. ¡En cuántas situaciones me vi actuando de forma que ni siquiera yo me hubiera reconocido!
Vivir una experiencia como esta es fácil, hay que dejarse llevar y hacer caso a lo que te dice tu instinto. Siempre con prudencia, respeto y sentido común. Y te sorprenderás de cuánto te transforma. Y de cuántas preguntas te ayuda a responder…
En un mundo tan global como el que vivimos, en el que todo va tan rápido, pararse es necesario y mirar al otro lado es vital. Y cuando te permiten formar parte de iniciativas como las que apoya la Fundación LinKids te encuentras ante algo que no tiene precio y que no puedes dejar pasar. Participar de forma activa en este proyecto me impulsa a seguir contribuyendo y aportando mi granito de arena, para que todo lo que pueda cambiar y mejorar con nuestra ayuda se haga realidad.
Lo cierto es que estoy deseando volver e inspirar hondo para llenarme de esos olores y esa energía que me recuerda el verdadero sentido que tiene todo esto.