Un día como cualquier otro me dirigía a la oficina, pero esta vez ni sospechaba lo que podía pasarme. Cuando entré por la puerta de la oficina, vi un grupo de compañeras hablando de lo que había sido una gran experiencia. Me detuve y pregunté, a lo que ellas comenzaron a contarme. De forma inmediata y sin pensármelo mucho, les dije que quería hacer ese viaje, ir a Gambia.
Hay veces que el temor te cierra los ojos, pero casi siempre los abre. Nos adentrábamos en una nueva experiencia con miedo, sin saber que nos esperaba, pero listas para abrazar cualquier circunstancia que se nos presentara.
Cuando llegué a aquel lugar tuve un sentimiento difícil de plasmar en este texto, ya que iba sin ninguna expectativa y abierta a todo lo que me encontrara y, sin esperarlo, me sorprendió en muchos de los aspectos.
Llegaba con dos compañeras más, sin haber estado nunca y preguntándonos hacia donde nos dirigíamos, pero con muchas ganas de ponernos manos a la obra. Llegábamos ilusionadas, pero sobre todo con ganas a intentar cambiar algo de la situación en la que se vive en Gambia. Gran error por nuestra parte, ya que no puedes cambiar la manera en la que una población piensa y actúa, pero si puedes aportar algo para que su día a día mejore.
Dediqué la mayor parte de mi tiempo en intentar ponerme en el lugar de ellos, los más pequeños, para conocerles y aprender de ellos.
Una de las cosas que aprendí y se me quedó en mi día a día es que la vida no es lo que tengas sino es lo que eres, por lo que con poco que puedas tener, puedes ser muy feliz. Todo es actitud ante la situación que se te presente.
Estando en Gambia viví muchas experiencias que estuvieron vivas en mí durante mucho tiempo, las cuales compartí con mi entorno y nos emocionábamos en lo que recordaba lo que había sido mi mejor experiencia en la vida.
Realizamos muchas actividades diferentes para los protagonistas de esta historia, pero el mayor de los deberes lo traje en la mochila, y es intentar poner en marcha proyectos que a ellos les permitan tener una integración social digna y una buena infancia.
Esto fue en noviembre de 2018, lista para una segunda experiencia, y seguir con lo que habíamos comenzado, pero el estado se declaró en pandemia y tuve que poner una pausa.
A día de hoy pienso que, evidentemente, con solo una mano no se logra el cambio, pero con la aportación de muchas se pueden lograr grandes cosas. De ahí que cuando me presentaron el proyecto de la Fundación LinKids, sin pensarlo, respondí que sí. Por fin ha llegado la oportunidad de ponerle forma a esto que empezó como una experiencia más, pero que sin duda me marcó como nunca había imaginado.
Es impresionante como con empeño y corazón pueden hacer felices a tantas personas! Si existieran más empresas y personas como ustedes,con proyectos como estos,cuanta felicidad se podría repartir por el mundo! GRACIAS
¡Muchas gracias Daraya! Creemos que un mundo mejor sea posible, y hacemos todo lo que está en nuestras manos para concretizarlo.