Mi viaje solidario a Gambia fue una experiencia que siempre llevaré en lo más profundo de mi corazón. Recuerdo claramente aquel noviembre de 2018, cuando emprendí este viaje lleno de emociones encontradas como madre primeriza, mi hijo apenas tenía 2 años cuando surgió la oportunidad de ir a Gambia. Sentía una mezcla de intranquilidad y preocupación, especialmente porque temía encontrarme con niños con la edad de mi hijo en situaciones precarias. Aunque mis compañeros que ya habían estado allí me animaban a ir sin prejuicios, comprender completamente su mensaje era algo que solo lograría al vivirlo en carne propia.
Mi primer impacto al llegar fue presenciar a los niños corriendo detrás del coche y gritando de alegría. Ese momento me dejó sin palabras. Al bajar del vehículo, los niños se lanzaron a nuestros brazos, ávidos de contacto y recibimiento. Sus sonrisas radiantes me conmovieron profundamente. Agradecían cada muestra de cariño que les ofrecíamos, sin importar lo pequeña que fuera.
Los niños se convirtieron en los verdaderos protagonistas de esta experiencia. Fueron ellos quienes se adueñaron de mi corazón, con su inocencia y alegría inquebrantable. No importaba la adversidad que enfrentaran, siempre encontraban motivos para sonreír y ser agradecidos. Cada gesto de amor que les brindábamos era recibido con gratitud desbordante. La experiencia fue hermosa y desafiante a la vez, pero tuve la fortuna de compartirla con mi mejor amiga. Sin lugar a duda, este viaje marcó un antes y un después en mi vida, y lo repetiría sin dudarlo.
Hasta ahora he compartido mi primer recuerdo, pero no puedo dejar de mencionar el último, el más especial de todos. Fue la fiesta de despedida en casa de Javier, una celebración inolvidable. Nos reunimos con todos los niños que habíamos conocido durante nuestra estancia y compartimos una merienda. Bailamos sin parar, disfrutando de cada momento juntos. Durante aquella despedida, dejamos algunas de nuestras pertenencias como recuerdo para aquellos con los que más habíamos conectado. Siempre existe ese niño o esa niña especial con la que estableces un vínculo inexplicable, pero poderoso. En mi caso, mi experiencia fue muy bonita y dura a la vez. Tuve la suerte de tener contacto más estrecho con dos niños que me marcaron. Cuando visité la casa de mi apadrinada, Makaddy Jammeh, toda su familia me mostró su agradecimiento por tener a la niña apadrinada. Además, tuve la oportunidad de ayudarles llevando algunos alimentos básicos. Por otro lado, tuve una conexión muy bonita con un niño de unos 11 años, Omar. Pasamos momentos muy entrañables que han quedado reflejados en muchas fotos y un reloj que le di como recuerdo para él. Eso es lo más maravilloso que me llevo nos llevamos de esta experiencia.
Gambia, sus niños y su gente, me enseñaron incalculables lecciones sobre la resiliencia, la gratitud y la alegría en medio de las adversidades. Mi viaje solidario no solo me permitió brindar ayuda, sino también recibir una dosis enorme de amor y humildad. Cada sonrisa que compartí y cada abrazo que recibí se grabaron en mi memoria para siempre. Espero que estas palabras transmitan una fracción de las emociones que viví durante esta experiencia transformadora.